domingo, 29 de junio de 2008

Apátridas (IV)

Necesito caminar por estas calles polvorientas, recorrer de extremo a extremo sus más inmundos lugares, observar con detenimiento su vulgaridad y pobreza, reconocer lo estrambótico de una vida aquí, saborear sus atrocidades, celebrar sus barbarismos, sentir que pertenezco a este muladar, ser parte de este asco.

Varias mañanas se han sucedido de aquel día primero en que acometieron las ganas de caminar, de recorrer, de ser testigo ocular de la mediocridad. Y; naturalmente, conmoverme, sufrir, destrozarme con la desgracia, con el hambre; ver hasta donde puede llegar mi inhumanismo, la servidumbre al dólar, hasta donde… Sí, me eh acercado, yace un trío de felinos amigos, muertos, apestando. Reparo en determinar sus colores: Marrón de rayas blancas, otro totalmente blanco y, un último rubio como tinte barato. Los tres de meses, en la calle, muertos por la crueldad del frío. Voy a surcar sus cuerpos con minuciosidad, de no toparlos; experimento una reacción de repudio a sus cuerpos, debe de ser el color que toman, me resulta lejana la idea de… Me limito a mirar y acelerar el paso. Segundos después, me separan dos cuadras y un tanto de ideas cómicas.

“El Palomar”, discreto establecimiento, concurrido en especial los sábados después de las fiestas (en horas de madrugada). En la calle Miller se encuentra una panadería que rinde culto al monopolio y que a diferencia de todas las demás del distrito su pan usa la harina más cara del mercado. Digna manera de vivir de estos señores. Cinco de la tarde y vienen bullangueros sujetos, de chillones colores a ver algunos cableados del lugar. Tocan algunas puertas, cobran veinte soles a discreción; problema resuelto.

Pienso en una casa nueva, de material noble y fachada rosa.
Un poste se atraviesa, esquivo segundos antes de impactarme contra el. Mirada fija en umbral de una puerta. Calle La Mar, ya me había desplazado diez cuadras y aún no entendía como la gente podía habitar en ambientes como estos, con grandes símbolos en las paredes, mensajes llenos de creatividad terrorífica, que tratan de inspirar algún tipo de temor. ¡Bándalos!

Una mujer de falda alta pasa y retiene mi atención. Piernas largas, buenas caderas, sin duda nada a la imaginación. No hubo tiempo de ver su rostro.

Minutos después; una banca estrecha de parque me alberga por algunos minutos, estoy pensando en dar retorno a mi paseo. A paso largo, camino de frente un par de cuadras, después inclino el cuerpo y paso por lo que se asemeja a un arco, disminuyo la velocidad de la marcha; la mirada se dirije a los extremos de la calle. Sin peligro puedo pasar y volteando a la derecha, justo en la casa blanca toco, y llego a reposar…

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