domingo, 29 de junio de 2008

Apátridas (I)

Víctima del largo viaje, te esmeras por mantener tu cuerpo erguido, que aún estando sujeto a algún asiento vetusto, se mese por el trote turbulento y mezquino. Tal es la resistencia que impones que ya vez diluidas tus energías, el cansancio; que no es reparado por la música estrepitosa que acompaña el lerdo paso vehicular, te invade. Necesitas reposar tu cuerpo, urge los momentos de descanso que mereces, y ahora que sientes crecer más la emergencia al notar el adormecimiento de tus piernas, no encuentras el asiento que lleve tu nombre, y tan neciamente te han asignado el lugar de pie en la triste lata móvil. Tus brazos siempre firmes, se esfuerzan por no flaquear. Eres indómita en tu postura, en la forma de tu mirada, en el desprecio a los que te rodean, a aquellos que osan mirarte. Siempre dominante, aún en instantes de debilidad; sobre sale tu carácter que no conoce el retroceso, ahí estas de pie, erguida como un roble. Intacta, inalcanzable; sublime, hermosa.

Se ha detenido la marcha en una esquina, puedes observar la luz que denota el privilegio de otros y razón que retraza más tu arduo viaje; los minutos aumentan, tu estabilidad no es la misma, estas cansada. Pero la razón constante, no varía. Vas contando los segundos, las personas se acomodan lo mejor que les es posible, el calor aumenta, el aire se torna insoportable y ya no vez el momento de bajar. Alguién infiltra su voz en tu conciencia, es simplemente un escuálido que profesa profundos conocimientos deportivos y se las da de gran maestro; lastimosamente no puede entretenerte sus delirios, es ese un ambiente en el cual no nos sentimos identificamos, medio en el cual no somos doctos, ni anhelamos serlo. Sólo te limitas a escuchar la cantidad de goles que hizo un sujeto que apenas si aprendió a firmar antes que a patear una pelota, y por ironías de la vida ahora posee más privilegios y según (sujetos como el que comenta de deportes) nos llena de honor y fama al jugar por tal equipo y cobrar cheques con varios ceros. Dejando de lado esa breve intromisión de aquél “hombrecillo”, me vuelco a demostrar los esfuerzos de un fulanito que trata de sorprender con algunos aullidos disparatados, esfuerzos irrisorios de cantinero de quinta, el cree ser “El Cantante”. Nunca falta aquel que entona canciones que en boca de otros puede sonar de mil maravillas, sin embargo es una grosería que aquel las entone (yo {por mi parte} no lo volveré a hacer).

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