lunes, 15 de noviembre de 2010

[Volvamos al hogar de la Concordia] // RESUMIR UNA HISTORIA TAN CONFLICTIVA



Caminando estoy en tus calles estrechas,
caminando distraído, ardiendo, oscuro, extasiado.

El viento acerca nuestros pensamientos,
peina tus cabellos al nacer el nuevo día.
Uno, dos, tres extensos; diez minutos encadenando mis ansias.
No existe noche oscura en el mar de Pimentel.
No existe distancia corta – en
estas calles estrechas. Palabras, música. Pasos, recuerdos.

Volvamos al hogar de la Concordia.
A recorrer el silencio del pasillo.
Adubel me espera como otros días entre las escaleras,
con la serenidad con la paciencia que cocina los fideos.

E leído,
la prosa hermosa de Gide, de su pequeña Alissa;
junto a ellos voy soñando. Soñando en el campo antiquísimo,
soñando en Santa Cruz, en el empedrado que delimita tu casa paterna.

¡Regrésame pronto a mi hogar!, la paz de sus ojos grandes,
piel blanca.

[Voz de Hilo] // RETRATO FAMILIAR



Humeantes. Un mantel blanco envuelve las cucharas.

El día herido por una flecha
y las calles solitarias se enfrían de a pocos.
Alejandrina nos invita a tocar la madera,
su voz de hilo penetra en nuestros oídos desnudos
comienza así el odiseaco lamento de su corazón.

/Cielo
Yo no sé volver a ese camino estrecho,
menos recoger el agua del Gran Río/

Nos llama, atiza y sopla el fogón
con la paciencia que se derriten sus ojos
en lágrimas que envuelven al mundo.
¿Cuál de tus hijos les quitará a los dioses el fuego que provoca?

Ella oculta, detrás de la puerta, su larga tristeza.
Hoy gritan, te reclaman en la mesa ovalada.
Sus ojos apagados buscan el tiempo
el gigantesco perchero donde aún cuelga tu sombrero.
El techo, las columnas, las descoloridas tejas
no quieren más el verde campo ni el calor del sol.
El poyo humedecido salta, golpea, arranca sus pajas
y el barro endeble cae, se hace nada en la noche oscura.

Mi abuela nos derrama cuyes
Su fuerza no es como el aire que se disipa en las palabras
es la mano herida que se levanta
que busca que no encuentra
que siente viajar su calma y no retorna con el hombre, no protesta
su bastón.

[La muerte del Conquistador] / RETRATO FAMILIAR


Mirábamos la calle coloreada,
forzando al minutero, engañando a tu madre.
El juego, las balas, el mando cambiándonos de roles de condición.

Niños jugando a ser soldados. Caías, revolcabas tu suerte en el pasillo
Enlazaba mi brazo a tu cuello vencido.
Moría la tarde, con el sonido de un motor que se apaga.
Lanzando los controles, volando sobre las escaleras;
gritando mi padre en la mesa.
Un cuaderno tembloroso,
trazando líneas o formando círculos,
coloreando héroes.

Volaste lejos, justo cuando el sol apuntaba nuestro pasillo,
maderos cargados y regados por el campo de batalla
el minutero en su lugar.
No estalló ninguna bomba ni mi casco rodó entre tus piernas.
No orinaste más tu pantalón de lana. No vi tus ojos partidos seguir viviendo.

Eras quien coloreaba las calles.
Una bola de fuego te llevó a ese tubo degradante.
Te lloré primo mío, porque fuiste
como los héroes que coloreábamos. Porque pintabas las calles de respeto,
de verde bosque.

viernes, 5 de noviembre de 2010

[Exacta Concepción] // RETRATO FAMILIAR


Mi dulce abuela, encuentra en mí el renacer de sus días
piensa que estoy ajustando sus botas, apretando su lampa.

[Dominando los ovillos] // RETRATO FAMILIAR



Deshacía la madeja maldiciendo, maldiciendo al cielo.
Mis manos pequeñas capturaban lo que fuera tu pan.
¿Cuándo volverá papá de Lima? - Alejandrina lloraba su ausencia.
Meditabas bajo ese cielo inmenso; ¿cuándo aprendiste a dominar la lampa,
cuándo un surco era el pan, cuándo un sol significaba final de una jornada?

¿Otras sábanas cubren a papá? - Alejandrina llora cabeza gacha.
En la obra riega al cemento, siembra él varías de tantas pulgadas.
Lima oscura y lejana. El pan aquí se transforma en aserrín barrido por tu escoba
no apagas más mecheros.
Las noches son largas porque papá está hechizado. Porque Alejandrina no puede escribir, sólo cuenta horas y soles que caen de tejidos, de madejas hecho ovillos.

Sufriste tu tiempo, tu niñez corta. La tierra te citaba padre.
Lima esperaba tus brazos fuertes. Mi madre observaba tus ojos tristes.
Tú nunca te fuiste, y yo te amé.




[Confusa mirada] // RETRATO FAMILIAR


De un vaso se derrama tibia agua
sobre mi palma herida.
Manto cubriendo mi tronco huesudo,
mano que acaricia mis cabellos.

Tu mirada perdida en el techo monocromo
divagando sobre mis pasos futuros,
atenta al teléfono, atenta a mi casa vacía.

Permíteme devolverte la gracia, el agua tibia.
Concederte mi tiempo entero,
cuidar de tu garganta abultada.
Proveeré de silencio, disiparé la oscuridad de tu escalera.
No habrá motivo para volver a pensar lo pensado.

Cielo quejumbroso, retiraste la luz del camino seguro.



[Elogio a una tía nómada] // RETRATO FAMILIAR

Gritar a los cielos extensos. Gritar tu nombre detrás de la puerta.
Tus pasos cortos, brincaban gradas que vibran, canta;
son breves los días de sol en nuestra cara.

Aderezas en las ollas.
Una foto en el verde manto de Cajamarca,
el mote cayendo de tus manos abundante.
Viajaste lejos, a muchos lamentos. A varios años perro.

Mis ojos abiertos a estas calles coloreadas,
cuerpo extendido al barro encharcado en estos recuerdos
diluidos en el presente, en un norte perdido.
Ahuyenta los males que rodean nuestros horizontes.

[El día en que transformé a mi hermana] // RETRATO FAMILIAR



Apareciste por las tardes de julio.
Engañada / burlada / reconocida.


Buscaste.
Encontraste la sombra residual de mis amores
de las noches candentes entre sangre, entre raza, entre familia.

Fuiste conciente de nuestra ubicación,
de las mañanas deportivas
esas interminables correrías y
-aquellos besos compinches de enojo y sabor a hierba-
la inusual embestida, mi camiseta adornada de residuos vegetales.
Aún retumban los gemidos del parque al frente del bodegón.


-“Ponte bien los zapatos”-
Nunca supiste entender.
Fuiste loba en celo, que inexpertamente intenté aplacar.
Confinados a nuestros lechos.
Compartimos el fragor de la batalla solitaria
al golpe vagabundo de nuestros sueños sediciosos.
El pago indiscutible por el descuido
la cancelación de nuestras noches, inevitablemente oscuras.


miércoles, 30 de junio de 2010

[Dominando los ovillos]



A mi padre.

Deshacía la madeja maldiciendo, maldiciendo al cielo.
Mis manos pequeñas capturaban lo que fuera tu pan.
En tus ojos observé la delgadez de esos tiempos,
de los cuadernos encajonados.
¿Cuándo volverá papá de Lima? - Alejandrina lloraba su ausencia.
Meditabas bajo ese cielo inmenso; ¿cuándo aprendiste a dominar la lampa,
cuándo un surco era el pan, cuándo un sol significaba final de una jornada?

¿Otras sábanas cubren a papá? - Alejandrina llora cabeza gacha.
En la obra riega al cemento, siembra él varías de tantas pulgadas.
Lima oscura y lejana. El pan aquí se transforma en aserrín barrido por tu escoba
no apagas más mecheros.
Las noches son largas porque papá está hechizado. Porque Alejandrina no puede escribir, sólo cuenta horas y soles que caen de tejidos, de madejas hecho ovillos.

Sufriste tu tiempo, tu niñez corta. La tierra te citaba padre.
Lima esperaba tus brazos fuertes. Mi madre observaba tus ojos tristes.
Tú nunca te fuiste, y yo te amé.

[La muerte del Conquistador]



Mirábamos la calle coloreada,
forzando al minutero, engañando a tu madre.
El juego, las balas, el mando cambiándonos de roles de condición.

Niños jugando a ser soldados. Caías, revolcabas tu suerte en el pasillo
cantaba mi victoria furibundo. Enlazaba mi brazo en tu cuello vencido, apretaba.
Moría la tarde, con el sonido de un motor que se apaga.
Lanzando los controles, volando sobre las escaleras;
gritando mi padre en la mesa.
Nosotros con un cuaderno tembloroso,
trazando líneas o formando círculos,
coloreando héroes.

Volaste lejos, justo cuando el sol apuntaba nuestro pasillo,
con los maderos cargados y regados por el campo de batalla
el minutero en su lugar.
No estalló ninguna bomba ni mi casco rodó entre tus piernas.
No orinaste más tu pantalón de lana. No vi tus ojos partidos seguir viviendo.

Ahora eras quien coloreaba las calles.
Una bola de fuego te llevó a ese tubo degradante. Vómitos, mareos
las carnes se ausentaron de tus huesos.
Te lloré primo mío, porque fuiste
como los héroes que coloreábamos. Porque pintabas las calles de respeto,
de verde bosque.

[Voz de Hilo]


Humeantes. Un mantel blanco envuelve las cucharas.

El día herido por una flecha
y las calles solitarias se enfrían de a pocos.
Mi dulce abuela nos invita a ocupar un asiento en la mesa,
su voz de hilo penetra en nuestros oídos desnudos
y comienza así el odiseaco lamento de su corazón.

/Cielo inmenso eres como un agujero negro que devora mis recuerdos
y yo no sé volver a ese camino estrecho,
menos recoger el agua del Gran Río/
Contaminado. Contaminado.

Nos llama, atiza y sopla el fogón
con la paciencia que se derriten sus ojos
en lágrimas que envuelven al mundo.
¿Cuál de tus hijos les quitará a los dioses el fuego que provoca?

Ella oculta, detrás de la puerta, su larga tristeza.
Mayo, dulce mayo.
Hoy gritan, te reclaman en la mesa ovalada.
Sus ojos apagados buscan el tiempo
el gigantesco perchero donde aún cuelga tu sombrero.
El techo, las columnas, las descoloridas tejas
no quieren más el verde campo ni el calor del sol.
El poyo humedecido salta, golpea, arranca sus pajas
y el barro endeble cae, se hace nada en la noche oscura.

Dulce mayo.
Alejandrina derrama la sangre de cuyes
roja, oscura, hirviendo.
Su fuerza no es como el aire que se disipa en las palabras
es la mano herida que se levanta
que busca que no encuentra
que siente viajar su calma y no retorna con el hombre, no protesta
su bastón.
Noble abuela, encuentra en mí el renacer de sus días
piensa que estoy ajustando sus botas, apretando su lampa.

martes, 19 de enero de 2010

[Volvamos al hogar de la Concordia]



Tierra santa. Ciudad real.
Caminando estoy en tus calles estrechas,
caminando distraído. Ardiendo, oscuro, extasiado.

El óvalo se presenta. La bajada ansiosa.
Uno, dos, tres extensos. Diez minutos encadenando mis ansias.
No existe noche oscura en el mar de Pimentel. No existe distancia corta – extensa en estas calles estrechas. Palabras, música. Pasos, recuerdos.
Viajan todos entre Torres Paz y Balta. Caminando. Caminando.

Volvamos al hogar de la Concordia.
A recorrer el silencio del pasillo. En él,
Adubel me espera como otros días entre las escaleras,
con la serenidad con que se pela una manzana con la paciencia que cocina los fideos.

Adubel o gatita arañándome la espalda. E leído para ti,
a la sombra de tu puerta, la prosa hermosa de Gide, de su pequeña Alissa; y
junto a ellos voy soñando. Soñando en el campo antiquísimo,
soñando en Santa Cruz, en el empedrado que delimita tu casa paterna. Una vida quizá extraña, una vida mecánica.

Sus manitas dentro de los bolsillos, unas sandalias negras y el marco de la puerta.

Voy impaciente. Las doce y en Guadalupe. No acortaré distancia. La máquina viaja.
En tu paciencia. Sentado silencioso. La mirada fija en los letreros.
¡Regrésame pronto a mi hogar!, ha aquella paz de sus ojos grandes, su piel blanca.

Reposas tu humanidad. Las noches se han vuelto más frías. El sueño, envuelve.
Adubel regresa a la cama y descansa.