miércoles, 30 de junio de 2010

[Voz de Hilo]


Humeantes. Un mantel blanco envuelve las cucharas.

El día herido por una flecha
y las calles solitarias se enfrían de a pocos.
Mi dulce abuela nos invita a ocupar un asiento en la mesa,
su voz de hilo penetra en nuestros oídos desnudos
y comienza así el odiseaco lamento de su corazón.

/Cielo inmenso eres como un agujero negro que devora mis recuerdos
y yo no sé volver a ese camino estrecho,
menos recoger el agua del Gran Río/
Contaminado. Contaminado.

Nos llama, atiza y sopla el fogón
con la paciencia que se derriten sus ojos
en lágrimas que envuelven al mundo.
¿Cuál de tus hijos les quitará a los dioses el fuego que provoca?

Ella oculta, detrás de la puerta, su larga tristeza.
Mayo, dulce mayo.
Hoy gritan, te reclaman en la mesa ovalada.
Sus ojos apagados buscan el tiempo
el gigantesco perchero donde aún cuelga tu sombrero.
El techo, las columnas, las descoloridas tejas
no quieren más el verde campo ni el calor del sol.
El poyo humedecido salta, golpea, arranca sus pajas
y el barro endeble cae, se hace nada en la noche oscura.

Dulce mayo.
Alejandrina derrama la sangre de cuyes
roja, oscura, hirviendo.
Su fuerza no es como el aire que se disipa en las palabras
es la mano herida que se levanta
que busca que no encuentra
que siente viajar su calma y no retorna con el hombre, no protesta
su bastón.
Noble abuela, encuentra en mí el renacer de sus días
piensa que estoy ajustando sus botas, apretando su lampa.

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