lunes, 5 de octubre de 2009

[El día en que transformé a mi hermana]




Como en aquel entonces caminábamos de la mano, mimaste mis preguntas
confundiste los reclamos. Hermana que apareciste por las tardes de julio.
Engañada / burlada / no reconocida.
Quizá sea la hora de renovar nuestro aliento.


Así buscaste entre mis pertenencias, el lazo perfecto para tu chantaje.
Amaste esas descarnadas historietas
de sábanas manchadas con pobre inocencia.
Encontraste la sombra residual de mis amores
de las noches candentes entre sangre, entre raza, entre familia.

Fuiste conciente de nuestra ubicación, de las mañanas deportivas
de esas interminables correrías y
-aquellos besos compinches de enojo y sabor a hierba-
la inusual embestida, mi camiseta adornada de residuos vegetales.
Aún retumban los gemidos del parque al frente del bodegón.


-“Ponte bien los zapatos”- Escuchando los ruidos del cuarto de mis padres.
Nunca supiste entender; el amor era un juego de dos. Donde
no estaba dispuesto a perder.
Fuiste loba en celo, que inexpertamente intenté
aplacar.
Ahora
confinados a nuestros lechos. Compartimos
el fragor de la batalla solitaria
al golpe vagabundo de los sueños húmedos.
El pago indiscutible por el descuido y
la cancelación de nuestras noches inevitablemente oscuras.

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