miércoles, 30 de junio de 2010

[Dominando los ovillos]



A mi padre.

Deshacía la madeja maldiciendo, maldiciendo al cielo.
Mis manos pequeñas capturaban lo que fuera tu pan.
En tus ojos observé la delgadez de esos tiempos,
de los cuadernos encajonados.
¿Cuándo volverá papá de Lima? - Alejandrina lloraba su ausencia.
Meditabas bajo ese cielo inmenso; ¿cuándo aprendiste a dominar la lampa,
cuándo un surco era el pan, cuándo un sol significaba final de una jornada?

¿Otras sábanas cubren a papá? - Alejandrina llora cabeza gacha.
En la obra riega al cemento, siembra él varías de tantas pulgadas.
Lima oscura y lejana. El pan aquí se transforma en aserrín barrido por tu escoba
no apagas más mecheros.
Las noches son largas porque papá está hechizado. Porque Alejandrina no puede escribir, sólo cuenta horas y soles que caen de tejidos, de madejas hecho ovillos.

Sufriste tu tiempo, tu niñez corta. La tierra te citaba padre.
Lima esperaba tus brazos fuertes. Mi madre observaba tus ojos tristes.
Tú nunca te fuiste, y yo te amé.

[La muerte del Conquistador]



Mirábamos la calle coloreada,
forzando al minutero, engañando a tu madre.
El juego, las balas, el mando cambiándonos de roles de condición.

Niños jugando a ser soldados. Caías, revolcabas tu suerte en el pasillo
cantaba mi victoria furibundo. Enlazaba mi brazo en tu cuello vencido, apretaba.
Moría la tarde, con el sonido de un motor que se apaga.
Lanzando los controles, volando sobre las escaleras;
gritando mi padre en la mesa.
Nosotros con un cuaderno tembloroso,
trazando líneas o formando círculos,
coloreando héroes.

Volaste lejos, justo cuando el sol apuntaba nuestro pasillo,
con los maderos cargados y regados por el campo de batalla
el minutero en su lugar.
No estalló ninguna bomba ni mi casco rodó entre tus piernas.
No orinaste más tu pantalón de lana. No vi tus ojos partidos seguir viviendo.

Ahora eras quien coloreaba las calles.
Una bola de fuego te llevó a ese tubo degradante. Vómitos, mareos
las carnes se ausentaron de tus huesos.
Te lloré primo mío, porque fuiste
como los héroes que coloreábamos. Porque pintabas las calles de respeto,
de verde bosque.

[Voz de Hilo]


Humeantes. Un mantel blanco envuelve las cucharas.

El día herido por una flecha
y las calles solitarias se enfrían de a pocos.
Mi dulce abuela nos invita a ocupar un asiento en la mesa,
su voz de hilo penetra en nuestros oídos desnudos
y comienza así el odiseaco lamento de su corazón.

/Cielo inmenso eres como un agujero negro que devora mis recuerdos
y yo no sé volver a ese camino estrecho,
menos recoger el agua del Gran Río/
Contaminado. Contaminado.

Nos llama, atiza y sopla el fogón
con la paciencia que se derriten sus ojos
en lágrimas que envuelven al mundo.
¿Cuál de tus hijos les quitará a los dioses el fuego que provoca?

Ella oculta, detrás de la puerta, su larga tristeza.
Mayo, dulce mayo.
Hoy gritan, te reclaman en la mesa ovalada.
Sus ojos apagados buscan el tiempo
el gigantesco perchero donde aún cuelga tu sombrero.
El techo, las columnas, las descoloridas tejas
no quieren más el verde campo ni el calor del sol.
El poyo humedecido salta, golpea, arranca sus pajas
y el barro endeble cae, se hace nada en la noche oscura.

Dulce mayo.
Alejandrina derrama la sangre de cuyes
roja, oscura, hirviendo.
Su fuerza no es como el aire que se disipa en las palabras
es la mano herida que se levanta
que busca que no encuentra
que siente viajar su calma y no retorna con el hombre, no protesta
su bastón.
Noble abuela, encuentra en mí el renacer de sus días
piensa que estoy ajustando sus botas, apretando su lampa.