miércoles, 29 de julio de 2009

martes, 28 de julio de 2009

Escrito...


Una carta o mensaje cualquiera tiene la rara costumbre de llegar a su destino. Oh por lo menos eso es lo que me han contado. En esencia la función comunicativa de este texto, sólo es eso, un intento de comunicar. No se esconde en sus líneas un afán mayor a éste. Pero suelen decir los entendidos, que todo acto de comunicar posee una intensión, un mensaje subliminal que desea condicionar a su lector para ejercer en éste algún tipo de influencia. No soy quien rompa esta regla, considero correcta aquella afirmación y, según yo, la intensión de esta carta, mensaje, texto, conjunto de líneas o amontonamiento de de absurdas grafías es realizar el circuito comunicativo. Pues éste, no sólo encierra la gloriosa idea de intercambiar conceptos entre ambos polos del sistema; por el contrario, la realización de un nuevo acto comunicativo, le recuerda al polo opuesto de su existencia en el espacio y tiempo real que comparten. Pues el reloj interno se detiene cuando estos fogonazos cesan, dotándonos de una densa neblina correspondiendo con el momento burdo y falaz. En conclusión, este polo se mantuvo en forma de receptor, a la espera de comenzar a descodificar signos del otro lado del sistema. Sin embargo, la ausencia de estos y el aporte de Chomsky con su lingüística generativa, lograron hacerme entender que se podía mudar de receptor a emisor. Tomando esa idea como una gran premisa, comenzamos a fabricar un hola que incite el intercambio de argumentos. Como ya estábamos cansados de disculpas y lamentos; buscaba ansiosamente una ruta o apertura comunicativa (no económica, como la que se dio en Europa en los siglos XV y XVI con la búsqueda de nuevos mercados); ya para estos dilemas Saussure, Chomsky o cualquier otro lingüista (hasta el mismo Manuel Flores, mi ex profesor de Fonética) serían como ceros a la izquierda en esta odisea de la palabra.

En este razonar, en la odisea particular de palpar la meta. Escuchaba un retumbar de versos; Verástegui me indicaba: La realidad proviene del roce entre la luz contra / los sueños pero aún así, / a pesar de todo estoy deseándote desnuda / como una Venus de bronce que en nada se distinguía / de la exacta belleza de tus senos. Pero a pesar de las palabras de este poeta, yo sentía que el camino se marcaba en el molde de lo impersonal. Del mismo hecho de comunicar, de acercar, de volar kilómetros y sentir la voz mental. No eras pues una Venus de bronce sino la majestad de Hera. Diferencias entre ellas, no encuentro otra que no sea mi atracción por la segunda. Con ello, nacerá la pregunta ¿por qué Hera? Yo no hubiera imaginado una respuesta, hasta los días del “Fedro”, cuando en una necesidad de destacar como filósofo (o estudiante de Filosofía) entregué mi atención a este libro, en el cual Platón escribe: Así, pues, cada uno escoge su amor entre los bellos mancebos de acuerdo con su modo de ser, y como si éste fuera una divinidad se forja de él, por decirlo así, una imagen que adorna, dispuesto a rendirle honores y culto divinos. Por consiguiente no podrías ser una Venus de bronces sino la Hera del olimpo. En lo demás, Verástegui acierta con una muy buena imitación de la belleza.

Si mi búsqueda se encuentra en lo impersonal, es preciso que exija a mi alma contemplar el bien en sí, de esa belleza pura que habla Diotima en el Banquete platónico. Entonces comencé el trabajo. El divagar por mi mente, el intentar llegar a la contemplación de lo inteligible, el poseer el primer motor de todo – la fuerza de Eros – sentir la necesidad del alma de acercarse a lo puro, de contemplar la divinidad en tu rostro. De esta forma desarrollar mis alas y alejarme de todo lo sensible, material, de este mundo dominado por billeteras gordas y plateadas o doradas tarjetas.

No quiero pues a Lima la horrible, no deseo pensar en la realidad, de sus definiciones y límites. Que Salazar Bondy se coma sus palabras, su mundo infausto, su envidiable mente divina. Que nadie vuelva a escribir: Y la masa popular transcurre, debido a ello, sin grandes pasiones (o, en todo caso, ocultándose o sublimizándolas), vertida con sus dolores y sus frustráneas ambiciones en sí misma, con sus tibios oídos y blandos amores que nunca detonan colectivamente, sino que se resuelven como locura, suicidio o venganza personal. Sino una apertura de la vista, de observar por encima de la materia, del cuerpo que se corroe, de las ropas que avejentan sus colores. Es preciso contemplar la belleza del alma, su brillo y color; el conocimiento que la envuelve cautivantemente. Cuando alguien asciende a partir de las cosas de este mundo mediante el recto amor de los jóvenes y empieza a divisar aquella belleza, puede decirse que toca casi el fin (Banquete – Platón). Eh ahí mi camino, en lo inteligible que es el alma, en lo divino de su naturaleza. En mis poemas no he sufrido /… / He sufrido cuando no tengo lo que soñé, lo que quise ser.